Estoy en medio de un ataque fuerte. Hace dos horas que lloro todas las angustias que llevo en la carne y que tienen nombre y apellido, pero esta vez me concentro en vos. Y te releo, y veo tus últimas fotos, y me las quedo, porque varias me faltan.
Cuando te moriste, le pedí a Matías que descargara todo tu feed de Instagram, para guardarme todo. Tengo la copia acá, por si algún día no existe más.
Es que tus viejos quieren recuperar tu celular y quieren saber si yo sé la clave. Creo que tenía la huella registrada, pero no va a suceder. Ni yo me atrevería a espiar qué hay adentro de eso.
En medio de todo esto, el celular me empieza a sonar con notificaciones de hombres que quieren hablar conmigo y me preguntan qué me gusta. ¿Para qué exponerse a esto, sobre todo en medio del aislamiento?
La verdad es que tuve que romper la cuarentena dos veces, antes de empezar a medicarme. Y digo tuve, porque fue una necesidad real – necesitaba dormir sintiendo el calor de alguien, un abrazo, un desayuno preparado a la mañana. Algo que fuera lo más parecido a un amante, un amigo o una madre, todo lo que no tengo.
Más mensajes. ¿Que qué estoy buscando? Ahora me vendría bien alguien que juegue con mi pelo mientras lloro con los ojos cerrados.